sábado, 19 de noviembre de 2011

Anécdotas heredianas (1)

Estas anécdota escritas y cedidas gentilmente por el autor para compartidas con ustedes, fueron escritas para sus sobrinos y familiares, por lo que se habla de tías y tíos. Sin embargo, en esencia cuentan hechos históricos, anécdotas y recuerda personajes de esa Heredia que se nos fue de la mano.
¡Anímese, comparta con nosotros las suyas.
El editor.
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“LOS POLVORISTAS”

Rodrigo Víquez

En 1954, cuando yo cursaba el segundo año de Agronomía en la UCR, tuve un serio quebranto de salud. Me apareció un crecimiento en la garganta que me aprisionaba varios nervios y me causaba un tremendo dolor. Algunos médicos dijeron que era una formación sebácea y que me la podían extirpar en el consultorio. Milagrosamente la tía Odil – que era quien me acompañaba en estas diligencias – no creyó en ese diagnóstico y me llevó donde el Dr. Aguilar Bonilla, en ese entonces el mejor cirujano del país. “Esto no es un sebo. Se trata de un crecimiento óseo” nos dijo categóricamente y después de un examen radiológico se determinó que se trataba de un tumor que crecía en mi segunda vértebra cervical.

Se dispuso todo lo concerniente para la operación, que estuvo a cargo del Dr. José Luis Orlich B., quien me intervino quirúrgicamente en un quirófano del hospital San Juan de Dios. En ese centro hospitalario estuve varios días en la pensión Echandi. ¿Cómo hicieron tía Odil, Nono y Nonita para enfrentar esos gastos? Nunca lo supe. No me atreví a preguntárselo. Me afligía el creerme causante de aquel enorme sacrificio económico que habían tenido que enfrentar mis Papás y mi hermana mayor, toda una segunda madre para nosotros. De la operación no salí muy bien librado ya que me cortaron varios nervios, lo que me provocó la atrofia de algunos músculos de mi cuerpo: perdí gran parte del deltoides izquierdo, el trapecio derecho y algunos intercostales. Pero vean ustedes lo que es Dios. Después de 55 años de ese evento aquí estoy todavía.

Esta historia se sucedió cuando el cine Century de Heredia (ubicado al costado sur del actual hotel América), iba a estrenar una pantalla de cinemascope con la película “Atila frente a Roma”, estelarizada por Jack Palance. Por ese entonces yo andaba con el lado derecho del cuello cubierto con gasas y esparadrapos. Aún así, los tres hermanos menores de la familia Víquez Fonseca nos hicimos presentes en el cine, acompañados por Rafael Angel y Maco Vindas, nuestros primos afectivos.
Esa noche la sala del cinema estaba a reventar y cuando pasaban unos cortos anunciando una película ranchera sobre Rosita Alvirez, un conocido nuestro apodado “Muerte Salas” se emocionó y encendió un “cachiflín” tipo perseguidor, artefacto de pólvora que provocaba un gran chisporroteo. Pero, cuando lo tuvo en sus manos y aquel mar de chispas comenzó a inundar la sala que estaba totalmente oscura, se asustó y lo lanzó hacia delante, con tan mala fortuna para mí que vino a caer directamente en mi cuello. Inmediatamente tío Jose se apresuró a quitármelo de encima pero ya la barahúnda se había armado entre el público presente: algunas personas silbaban, otras aplaudían y más de una nos “mentaba la madre”.

Hasta allí todo pudo haber pasado sin mayores consecuencias si no hubiese sido por un fulano de la “high” herediana, que se levantó de su asiento, vino hacia mí y como un energúmeno comenzó a sacudirme violentamente. Entonces a mi hermano Jose se le metió el Víquez, se tiró al callejón de acceso y se lio a trompadas con el tipejo ese. Ya para entonces las luces se habían encendido y nosotros – como éramos los malos de la película –, teníamos encima a la policía y al personal encargado del cine. 
A mi hermano Eduardo (Lalo) le rompieron la boca de un puñetazo en el momento mismo en que un policía le tenía sujetadas las manos. A decir verdad, nunca en Heredia una sala de cine había sido testigo de una batahola de tal magnitud. Al final, bajo una fuerte silbatina y una lluvia de “madrazos”, los tres hermanos Víquez Fonseca y Rafael Angel Vindas fuimos trasladados a la chirona. Allí nos detuvieron – en calidad de reos – más de dos horas. Nuestras explicaciones y el deplorable estado físico que yo exhibía, ayudaron a que nos pusieran en libertad.

Luego de ese evento, ocasionalmente cuando alguno de nosotros transitaba tranquilamente por la calle escuchaba una voz burlona que le gritaba: “Polvorista, cuándo vuelve al cine para no ir yo”.

Así que ya están enterados, por una vez, fortuitamente llegamos a ser pirotecnistas, en el más inverosímil de los ambientes.

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